martes, 23 de julio de 2013

Confesiones

Era una tarde de domingo lluvioso mientras miraba una película en video con mi mejor amigo, Rafael, por razones que aún no comprendo me miró y me dijo sin motivo alguno.
-Soy gay.
No pude responderle, en ese momento entró mi madre a la habitación con un plato de galletitas en la mano, se sentó junto a nosotros a ver la película mientras nos ofrecía la merienda.
La película terminó y yo acompañé a Rafael hasta su casa. En el trayecto no se habló del tema, él no hizo ningún comentario al respecto y yo no me atreví a preguntarle nada.
Llegamos a su casa, se despidió con un beso en la mejilla y entró a su casa.
Pasaron algunos meses y la relación con Rafael siguió como antes, como si nunca me hubiera dicho nada.
Fue en las vacaciones de verano cuando Rafael me pidió que lo acompañara a cuidar la casa de su tío que se encontraba de vacaciones con su familia en la costa. No le gustaba estar sólo en aquella casa desierta aunque tenía pileta y televisión con cable. Accedí a acompañarlo aquella noche.
Pasamos unas horas jugando en la pileta y comimos pizza que pedimos al delivery, vimos Saint Seiya en la tele y nos fuimos a acostar.
La habitación no estaba dentro de la casa, era más bien un depósito donde habían colocado dos camas viejas que habían pertenecido a las primas de Rafael.
Cada uno se acostó en una cama y comenzamos a hablar de cosas sin importancia, sobre el episodio de Saint Seiya que acabábamos de ver, amigos en común, de su hermano, etc.
Finalmente tomé valor y dije:
-Espero que no te lo tomes a mal, pero no sé si realmente lo dijiste o si lo imaginé, ¿puede ser que hace un tiempo me confesaste que eres gay? .
-Si, lo soy. Respondió con miedo.
- ¿Y por qué me lo dijiste?, hace más de diez años que somos amigos y nunca supe nada.
-No sé, solo quise decírtelo.
Hubo un silencio incómodo unos instantes y también yo sentí la necesidad de confesarme.
- Tenia ocho o nueve años. Dije mientras miraba el techo. –Era la hora de la siesta, mis padres dormían y yo estaba jugando con los autitos con mi primo que se encontraba pasando el fin de semana en casa, en esa época él rondaba los dieciséis, se abalanzó de pronto sobre mí y comenzó a hacerme cosquillas, yo reía inocente. Dejo de hacerlo y me miró de una forma rara. Algo me asustó en esa mirada y le pedí que saliera de encima de mío, este juego ya no me gustaba pero él aprovechando su fuerza superior me giró, boca abajo y me bajo el short y el calzoncillo. Quise gritar de dolor cuando entró entro mío pero él tapó mi boca con su mano y continuó moviéndose sobre mí hasta que estuvo satisfecho.
- ¿No le contaste a nadie?. Preguntó Rafael sorprendido.
- No. Respondí aún sin mirarlo. –Tenía miedo y vergüenza, además él me dijo que si le contaba a mamá o a papá ellos se iban a enojar.
- ¿Y volvió a hacerlo?
- Si, ese fin de semana y otros en los que venía de visita, siempre en la siesta cuando mis padres dormían. En una ocasión me llevó al baño de la casa de mi tío, que vivía al fondo cuando este no estaba sacó su miembro y me dijo que me lo ponga en la boca, hice caso, no quería que le cuente a mamá.
- ¿Se vino en tu boca?
- Si, y luego me obligó a tragarme todo. Dije mientras volví a mirar a Rafael.
Rafael estaba en su cama mirándome de la misma manera que mi primo me miró años atrás, había arrojado su ropa interior al piso y me observaba sonriendo con su pene erecto entre las manos.
- ¿No te gustaría revivir la experiencia?
- No, eso fue hace mucho y desde entonces yo nunca…
No pude terminar la frase para entonces Rafael ya se había acercado a mí, me había bajado la ropa interior y puesto mi pene en su boca. Pude sentir como se endurecía e iba creciendo mientras su lengua recorría toda su extensión.
Se incorporó, tomó el colchón de su cama y lo arrojó al suelo en el espacio entre ambas camas.
- Es que estas viejas camas hacen mucho ruido. Dijo mientras se acostaba boca abajo sobre el colchón. – Ahora hazme lo que te hizo tu primo esa tarde y luego yo te haré lo mismo a ti. Dijo sonriendo pícaramente.